sábado, 20 de noviembre de 2010

EL PROPOSITO DE DIOS PARA LA HUMANIDAD

El propósito de Dios para la humanidad 

Creemos que el propósito de Dios para la humanidad es preparar a quienes él llama —y quienes elijan al vencer el pecado, forjar un carácter justo y crecer en gracia y conocimiento— para que posean el Reino de Dios y se conviertan en reyes y sacerdotes para reinar con Cristo a su regreso. Creemos que la razón de la existencia de la humanidad es literalmente nacer como seres espirituales dentro de la familia de Dios (Romanos 6:15-16; 8:14-17, 30; Hechos 2:39; 2 Pedro 3:18; Apocalipsis 3:5; 5:10).

Dios desea que todos los seres humanos lleguen a ser miembros de su familia en el Reino de Dios (2 Pedro 3:9). Actualmente y como parte de este proceso, Dios está llamando a algunas personas para que hereden la vida eterna al regreso de Jesucristo a la tierra (1 Corintios 1:26-28; Mateo 20:16; Juan 6:44, 65); otros serán llamados más tarde. Aquellos que están siendo escogidos en la actualidad aceptarán a Cristo como su Salvador, someterán completamente su voluntad a la voluntad de Dios y lucharán para vencer el pecado en su vida (Apocalipsis 3:21).

Jesucristo es llamado “el primogénito entre muchos hermanos” (Romanos 8:14-17, 29; Apocalipsis 1:5-6; Colosenses 1:15-18). En la resurrección, al retorno de Jesucristo, “cuando él se manifieste, seremos semejantes a él” (1 Juan 3:2). Entonces, aquellos que hayan muerto en la fe serán resucitados, y quienes aún estén vivos en la fe serán transformados. Unos y otros se convertirán en seres espirituales y miembros de la familia de Dios (2 Corintios 6:18; 1 Corintios 15:42-53), y después servirán con Cristo como reyes y sacerdotes durante su reinado milenario aquí en la tierra (Apocalipsis 5:10; 20:4).

Dos de los cargos que Cristo desempeña son los de rey y sacerdote. Él es Rey de reyes y Señor de señores (Apocalipsis 19:15-16). Es además nuestro Sumo Sacerdote (Hebreos 3:1; 4:14-16; 5:5-6; 6:20; 7:24-28; 8:1-6; 9:11; 10:12). Otros compartirán sus responsabilidades como reyes y sacerdotes, sirviendo bajo su autoridad para cumplir la voluntad del Padre (Apocalipsis 5:10).

Aquellos que sean convertidos en sacerdotes en el milenio serán responsables de enseñar a las personas a discernir entre “lo inmundo y lo limpio”, una frase que incluye el concepto de ayudarles a discernir el bien del mal (Ezequiel 22:26; 44:23-24). Como mensajeros de Dios, enseñarán la ley de Dios y harán entender su significado y su aplicación (Malaquías 2:7-9).

Entre las responsabilidades de un rey del Antiguo Testamento se contaba la de escribir las palabras de la ley de Dios y “leerla todos los días de su vida” para que pudiera guardarla cuidadosamente y jamás apartarse de ella (Deuteronomio 17:18-20). Los que sean hechos reyes y sacerdotes en el Reino de Dios serán quienes, durante su vida física, le hayan permitido a Dios escribir su ley en su corazón y en su mente (Hebreos 8:10-11; Jeremías 31:33).

Como reyes durante el milenio, van a enseñar el camino de Dios a los seres humanos que aún estén con vida en aquella época (Isaías 30:20-21). Van a administrar el gobierno de Dios en aquellas funciones que Jesucristo les delegue (Mateo 19:27-28; Lucas 19:11-19). Estarán completamente sometidos a la voluntad de Cristo, de la misma forma en que él está completamente sometido a la voluntad del Padre (Juan 5:30). Como coherederos con Cristo, van a colaborar con él para enseñar y gobernar a los seres humanos que existan en la tierra (Apocalipsis 5:10).

El plan de Dios abarca toda la humanidad. El juicio del gran trono blanco, descrito en Apocalipsis 20:11-13, nos revela que todos los seres humanos que hayan muerto sin conocer ni entender el gran plan de Dios serán resucitados y se les revelará su verdadero potencial humano. El plan de Dios es de gran magnitud. Toda la humanidad recibirá la oportunidad de aprender la verdad de Dios y venir al arrepentimiento (1 Timoteo 2:4; 2 Pedro 3:9). Esto ocurrirá después del milenio, cuando la inmensa mayoría de los seres humanos será resucitada y recibirá la oportunidad de salvación. Aquellos que se arrepientan y acepten a Cristo como su Salvador recibirán el don de la vida eterna en la familia de Dios, alcanzando el verdadero potencial que Dios les ha dado.

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